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Las dimensiones aquí se desdibujan. En sus paisajes, el agua envuelve y revela, es refugio y espejo. Los personajes que aparecen entran en ella no solo para sumergirse, sino para existir de otra manera. Las montañas, a veces, encierran ese cuerpo líquido, como si intentaran contenerlo o ser contenidas por él. Laura Noguera juega con la ambigüedad de estos espacios, donde lo inmenso se vuelve íntimo y lo desconocido se vuelve propio.
Para la artista, la pintura no es un acto pasivo, sino una necesidad. Las imágenes llegan a ella como relámpagos, demandando ser materializadas. No se trata de elegir qué pintar, sino de responder a un llamado. En ese proceso, se enfrenta a lo que la supera, a lo que no puede explicarse con palabras, pero sí con formas y colores. Los objetos y paisajes que representa no son solo escenarios: son símbolos, vestigios de momentos vividos o soñados que resurgen con una urgencia ineludible. Su obra es testimonio de esta interacción constante entre el organismo y el entorno, entre el yo y aquello que lo atraviesa.
En su universo pictórico, la memoria y la realidad se entrelazan, creando una verdad única, un espacio donde lo visible y lo invisible dialogan. Hay magia en esas proporciones no convencionales, en esas velas que iluminan lo que se queda y lo que se disuelve, en esa agua que guarda a quienes la atraviesan. La pintura de Laura es, en última instancia, un viaje emocional, un testimonio de lo que permanece.
Mariana Mera Acevedo